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#YoSoyKronen: Chup Chup

Por Francisco J. Fernández
Cantante español de pop independiente.
Desarrolla su actividad como Francisco Nixon
Anexo en Historias del Kronen ed. commemorativa 25 aniversario

 

Cuando desde la discográfica Subterfuge nos dijeron que «Chup Chup» iba a estar incluida en la banda sonora de la película Historias del Kronen, yo no conocía la novela. En ese momento Australian Blonde estábamos disfrutando de un relativo éxito con nuestro primer disco, y las cosas se sucedían a mayor velocidad de la que podíamos asimilar. Pizza Pop había salido publicado a finales de 1993, con «Chup Chup» como primer single (la primera canción que escribí para el grupo), y nos pasamos el año siguiente tocando sin parar por toda España, construyendo nuestra pequeña base de fans. Eran los comienzos de lo que luego vino en llamarse «indie español de los noventa», aunque en esos días la denominación más usada era «la escena underground».

Apoyada principalmente por Radio 3 y la revista Rockdelux, empezó a construirse un tejido a escala nacional dotado de salas de conciertos, bares, sellos, fanzines, radios independientes, etc., que intentaba sincronizarse con la música que se estaba produciendo en aquellos momentos en Estados Unidos e Inglaterra, al margen de la industria establecida. Desde el punto de vista estético, consistía en una vuelta a los sonidos de los grupos de guitarras de los sesenta y setenta. Desde el punto de vista ético, tomaba elementos del puritanismo de la escena hardcore y la filosofía del «hazlo tú mismo» del punk. La música se dividió en «auténtica» y «comercial». De repente ir a conciertos se puso de moda entre la gente de nuestra edad, y muchos nos subimos a una ola que nos empujaba a todos. Luego descubrí que a esa ola le habían puesto un nombre: Generación X.

Para gran sorpresa de los implicados, Gijón, además, se convirtió en uno los epicentros de dicha escena. Gracias a la convivencia de un gran número de grupos con influencias similares, Jesús Ordovás acuñó un término, «Xixón Sound», que haría fortuna entre la prensa musical, y que permitió establecer todo tipo de paralelismos entre «lo de aquí» y «lo de fuera». De repente tu pequeña ciudad provinciana se mencionaba al lado de Seattle, Liverpool o Berlín.

Los grupos teníamos nuestro pequeño circuito de bares donde nos reuníamos para escuchar, descubrir y compartir la música que no podíamos encontrar en otro sitio. El principal era La Plaza, en Cimadevilla, el antiguo barrio de pescadores. Una noche, hablando con el guitarrista de Medication (una banda influenciada por Spacemen 3), le comenté lo de la peli, y me dijo que sí, que se había leído la novela. La describió como un Less Than Zero a la española (sé que a Mañas no le gusta la comparación). Como yo tampoco había leído a Easton Ellis, ni visto la peli, me quedé como estaba. «Va de unos pijos que están todo el día metiéndose coca en Los Ángeles. Una crítica a los yuppies de los ochenta», me resumió.

Nos invitaron al estreno en un cine de Gran Vía. A Terrorvision, unos ingleses que también participaban en la banda sonora, los pusieron en el patio de butacas. A nosotros nos mandaron al gallinero. Detrás estaba sentada una chica joven con pinta de aspirante a actriz, que a cada persona que llegaba le preguntaba: «¿A vosotros quién os ha invitado?» Cuando nos llegó el turno, le contestamos: «¡Estamos en la banda sonora!». Al terminar la película nos comentó con entusiasmo que la canción le había gustado mucho.

Después había una fiesta de la productora en el Hard Rock Cafe, donde tocamos cuatro o cinco canciones. Yo estaba disgustado con el sonido de mi guitarra y me sentía totalmente fuera de lugar. Alguien nos entrevistó y nos preguntó si nos había gustado la película. Fui sincero: «No». Nuestro batería, menos ingenuo y más sabio, optó por la diplomacia: «No está mal».

Al día siguiente, de resaca, nos llevaron a un puente de la M-30 para grabar un videoclip. Eran un chico y una chica, muy majos, con una cámara y un reflector. Luego añadieron escenas de la película, y el vídeo comenzó a tener una rotación muy fuerte en Canal Plus, en el programa de música que emitían en abierto al mediodía. La canción llegó al número 4 de Los 40 Principales, y pasamos de tocar en bares a hacer lo que en la jerga llaman «galas»: fiestas de pueblo, plazas de toros, festivales, etc.

El poder de la literatura para construir la realidad es asombroso. Yo, sin saberlo, me convertí en uno de los personajes descritos por el escritor. No tanto por los excesos (en Australian Blonde siempre fuimos un poco palurdos y pusilánimes), sino por el sentimiento de abandono y perplejidad que sufrimos (y aquí sí que puedo decirlo) toda una generación.

Hace un par de años, un amigo músico de esa época, pinchando detrás de una cabina, en un bar donde yo había dado un concierto unos minutos antes con mi guitarra acústica delante de cuarenta personas, me gritó: «¡Acabo de escuchar el “Chup Chup” en Rock FM! ¡Tío, lo has conseguido! ¡La Creedence, Led Zeppelin, y tú!».

Mi gratitud por la novela de Mañas y la decisión que se tomó de incluirnos a nosotros en la banda sonora es infinita.

La peli, cuando la echan, la veo.

 

Ilustración ©Edu Pelayo

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