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#YoSoyKronen: In crescendo

Por Beatriz Fernández Pascual y Rafael González Rivas
Libreros en Sputnik librería café (León)
Anexo en Historias del Kronen ed. commemorativa 25 aniversario

 

I’m a loser baby so why don’t you kill me?

Beck

 

— Un mes. Más o menos. Para el 21.

— ¿Cuándo te lo han propuesto?

— Esta misma mañana. Justo cuando te has ido de la librería.

— ¿Y tienes ya algo pensado?

— Algo sí, claro. Vamos, la mayor parte. El comienzo es lo que me parece más complicado.

— A mí se me ocurre que podemos hacer una introducción contextual. Describir la situación socioeconómica del Madrid de hace veinte años. Definir los personajes, su situación familiar.

— O podemos centrarnos directamente en Carlos. Quiero decir que en lugar de tanta palabrería al uso podemos ir directamente al lío. Si Carlos es el eje sobre el que se vertebra la historia quizá nosotros deberíamos colocarle en el epicentro de lo que vamos a contar.

— Criticar su falta de escrúpulos, lo egoísta que es, la falta de valores que caracteriza su conducta, su…

— Bueno, bueno, ¡para el carro! No pareces haber comprendido gran cosa. Carlos no es nada de lo que dices. Es una víctima de la sociedad que le ha tocado vivir.

— ¿Circular a 140 por la Castellana, emborrachar a sus amigos hasta hacerles perder el control, drogarse, estar con varias chicas al mismo tiempo son cosas que hace porque es una víctima?

— Efectivamente. A pesar del tono irónico con el que lo dices, es exactamente eso lo que pienso. Así lo recuerdo. Es un nihilista. Alguien que ya no cree en nada. Ha perdido la esperanza en el futuro, en su futuro. Atrapa el tiempo entre sus dedos como si se le fuera a escapar, a escurrir entre ellos, como si el mañana se hubiera convertido en el más palpable presente.

— Pobre. Es joven y piensa que después de eso no hay nada.

— Piensa que tiene al alcance de la mano todo lo que puede desear una persona de su edad: coche, el dinero de sus padres, belleza, carisma.

— Mala hostia, intrínseca locura, egotismo irracional.

— Es una persona que rezuma tristeza por los cuatro costados. Aún así, mientras avanzaba páginas, siempre tuve la esperanza de un cambio. Pero llegas al final y acabas dándote cuenta de que no es posible. Hasta yo, como lectora, perdí la esperanza. Esa sensación in crescendo es precisamente lo más notable, uno de sus mayores logros.

— Yo también destacaría el estilo.

— Sí, claro, las frases cortas, agudas, sin apenas descripciones, afiladas como un estilete, son seña de identidad. Anda que no se escribieron novelas similares durante los años siguientes.

— Y los neologismos. O su propio lenguaje.

— Escribir las palabras extranjeras tal y como se pronuncian, en un inglés o en un francés macarrónico, querrás decir.

— Y las españolas.

— Los nombres en general, ¿no? Como Emetreinta.

— Jotabé.

— Reiban.

— Huolkman.

— Jaja.

— A Carlos le encanta Nirvana. Como a ti.

— Como a mí me gustaba.

— Bueno, te gustaba.

— Y La Vía Láctea.

— La de buenos momentos que pasamos allí.

— Ponían una música flipante. Pero lo mejor fueron nuestras fiestas. Y que éramos jóvenes, radiantemente jóvenes.

— ¿Fiestas como las de Carlos y Roberto y compañía?

— ¿Cómo te imaginas que era el Kronen?

— Pues no sé. Un bar entre tantos de los típicos de cachis de Malasaña. De minis, que dirían ellos. Bebida mala y barata.

— ¡Garrafón!

— Garrafón y dolor de cabeza asegurado.

— ¿Existiría?

— ¿El Kronen?

— Habrá que averiguarlo cuando releamos la novela.

— Da un poco igual que existiera o no. Lo importante no era el bar en sí. La idealización de lo que en ese tipo de bares se hacía es la clave.

— Fumar. Meterse rayas.

— Entre otras muchas cosas. Lo idealizamos todos en aquellos años. Y ahora lo idealizarán a su manera los jóvenes que leen a Mañas.

— Cuánto han cambiado. Cuánto ha cambiado el mundo, más bien.

— No tanto.

— Tecnologías, progreso. Las cosas son completamente distintas. Ahora sería un anacronismo que Carlos no se enterara hasta el día después que su abuelo ha muerto. Lo de llamar a los amigos el día antes para quedar y esas cosas que hacíamos en aquella época.

— Yo me refería a la forma en la que los jóvenes ven la vida, su futuro, lo que les espera. En esas cosas, apenas hay diferencias significativas.

— Es lo que tiene tener veinte años. Luego te domestican. La sociedad hace de ti lo que le viene en gana.

— O te conformas con lo que te ha tocado.

— ¡O te tiras por un puente! Todo es cuestión de perspectiva.

— Estoy hablando en serio. Con la edad las cosas se ven con mayor claridad. De manera diferente. Más calmada.

— Entonces Carlos seguramente esté viviendo en la Moraleja, en un chalet, trabajando en un bufete de abogados y tres días por semana se relajará en clases de yoga y meditación trascendental.

— Seguramente.

— Como los padres de Carlos.

— Antes de que se vuelva a apoderar de ellos la eterna tristeza. La que precede a la degeneración definitiva.

— El abuelo enfermo, sin esperanzas.

— Como Carlos cuarenta años antes.

— El eterno conflicto entre adultos y jóvenes.

— Desde Roma.

—¿Qué?

— Desde hace miles de años los hijos se rebelan contra la autoridad de los adultos. Es su función.

— ¿Rebelarse?

— Llevar la contraria. Enfrentarse a sus padres. Decirles que están perdiendo el tiempo. ¿Acaso tú no hiciste lo mismo?

— ¿Y tú?

— ¡Ofcors! Si a esa edad no lo haces, estás perdido.

— Me llamaba la atención que el personaje más díscolo sea precisamente el que más respaldo económico tiene en la novela. Parece que siempre tienen que emerger los líderes de las clases más populares.

— ¿Líder?

— Contestatario. Como lo quieras calificar. Nos hizo pensar que todos podíamos serlo.

— Habrá que hablar del machismo también. Como tema nuclear.

— El de Carlos.

— El de todos los personajes. Aunque Carlos se llevaba la palma.

— Se lleva.

— Se llevaba. No sabes si ha cambiado. Puede que al cumplir los cuarenta haya dejado de utilizar palabras como cerda o gorda.

— La forma de pensar sobre este tema no era la misma antes que ahora. En veinte años hemos avanzado mucho.

— Antes la gente tampoco era idiota. Carlos utiliza a las mujeres. Simplemente eso. Es más o menos lo que has comentado tú antes. Siente que nada tiene valor. ¿Si no lo tiene su amigo cómo lo van a tener las mujeres? Son simples instrumentos para conseguir sus fines.

— Yo no he dicho exactamente eso.

— Vuelves a defenderle.

— ¡Qué va!

— Ten en cuenta que esa persona tendría nuestra misma edad. Año arriba, año abajo.

— ¿Y?

— Pues que su misoginia cerval nada tiene que ver con el año en el que la novela está escrita sino con la propia e inherente actitud de Carlos hacia las mujeres. Hacia todo en general. Nada tiene valor para él.

— ¿Y no te has parado a pensar que a lo mejor lo que Mañas pretendía era, precisamente, denunciar esa situación?

— ¿Dejando a Carlos, con su forma de ser, con el culo al aire?

— Como un personaje fuera de lugar. Es una manera muy interesante de denunciar algo que quieres cambiar. Como escritor, me refiero. Hacerte pasar por ese personaje.

— Convertir en protagonista de la novela a un tipo como Carlos…

— Con todos sus defectos. Con todo lo que quieres criticar en su comportamiento.

— Que vaya calando el mensaje en el lector.

— Ahora que ya le hemos cortado la cabeza, habrá que intentar, digo yo, destacar algo positivo de Carlos.

— De la novela, que es lo brillante. Carlos es el alter ego de Henry, el de Retrato de un asesino. Si pudiera, si nadie le pillara, haría lo mismo que él.

— Eso es mucho suponer.

— Era un ejemplo radical. Aunque no creo que esté tan alejado de la realidad. La novela, su frescura, la crítica social, el fraudulento 1992, esos son los aspectos que hay que resaltar.

— El amor por Madrid, sus calles, sus plazas, su gente…

— La pregunta del millón: ¿la novela o la película?

— Ambas. Pero siempre es mejor el libro, ya lo sabes.

— ¿Eso es lo que piensas contar?

— Ahora mismo para mí no existe una sin la otra. La escena del puente, por ejemplo. Pero la película es más lait, más suave. En la novela no hay salida, no hay futuro, la apatía es la reina del baile.

— Como buenos libreros, habrá que empezar a releer la novela.

— ¿Quién empieza?

 

Foto portada ©Mahdi Bafande

 

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